El horizonte del desenvolvimiento industrial
Argentina – 18/06/2012 – Buenos Aires Económico – Pág. 28 – Tiempo de Lectura: 6′ 04»
EDUARDO LUIS CURIA
Semanas atrás nos abocamos a realizar un comentario acerca del desenvolvimiento industrial verificado en lo que va del nuevo siglo.
Una motivación directa al respecto la aportó la aparición de una serie de trabajos sobre aquel fenómeno que, aparentemente proveniente de lo que cabría denominar «círculos de izquierda», tienden a coincidir en una desvalorización, entre implícita o expresa, de la performance industrial acaecida en el período.
EDUARDO LUIS CURIA
Semanas atrás nos abocamos a realizar un comentario acerca del desenvolvimiento industrial verificado en lo que va del nuevo siglo.
Una motivación directa al respecto la aportó la aparición de una serie de trabajos sobre aquel fenómeno que, aparentemente proveniente de lo que cabría denominar «círculos de izquierda», tienden a coincidir en una desvalorización, entre implícita o expresa, de la performance industrial acaecida en el período.
En general, los trabajos en cuestión minimizan en términos comparativos la descomposición industrial desplegada a través de décadas, arrancando desde la segunda parte de los 70, que se afianzó durante los ’90, registrando una radicalización en la parte final de esa década, tramo este en el que sufrió particularmente tanto el espectro productivo industrial como el empleo sectorial. La crítica «por derecha» a las dinámicas de integración productiva y de mayor predicamento industrial, son ampliamente conocidas. Se asocian, en principio, a planteos de eficientismo estático, y, en su momento, se identificaron con el militante apoyo a la convertibilidad y a su dólar barato. Las otras críticas son más pintorescas, porque derivan de posturas sedicentemente heterodoxas, y de cierto sesgo izquierdista, como se mencionó arriba. Bajo esta peregrina óptica, «aquí no ha pasado nada», ni siquiera se perfiló un atisbo de cambio estructural. Y si se apremia un poco el concepto, se concluye resaltando la eficiencia y la productividad (sin empleo) de los ’90. A la postre, viendo todo esto, solemos decir que en los casos apuntados, late, objetivamente, una visión de tipo «convertibilidad de izquierda».
RASGOS SALIENTES. Recordemos brevemente lo expresado en nuestra nota «Acerca de la expansión industrial de estos años» (BAE, 23/4/2012). Por de pronto, se aludía al notable crecimiento acumulado de la industria, que alcanzó un 90% o más al 2011. También es cierto que se registraron matices: durante el lapso 2003-2007, el crecimiento anual sectorial fue de un impactante 11 por ciento. Posteriormente, el ritmo promedio amengua. Compútese la incidencia de la crisis mundial que eclosionó a fines del 2008 y se proyectó hacia buena parte del 2009. Saliendo de esa crisis, durante el 2010-2011 se detecta una ponderable expansión industrial, la que va ralentizándose en las postrimerías del 2011, con una desaceleración que también transitamos actualmente. En el asunto inciden tanto aspectos ligados con el entorpecimiento de la economía mundial, como algunos de cariz endógeno. Enfatizamos en la nota mencionada los que fueron los «mojones o insinuaciones de transformación» que despuntaron, después del largo proceso de relativa desindustrialización verificado. Por aquéllos, la industria ganó espacio en el tinglado productivo, aunque luego se notó una moderación del efecto. Y, a la par, se avizoraron avances de mayor peso en rubros interesantes por su intensidad de valor agregado.
En realidad, lo que juegan son «procesos»: la desindustrialización relativa fue un proceso, y la reindustrialización, como trasunto de una densidad productiva en alza, también es, o debe ser, un (contra) proceso. Se requiere, por ende, continuidad por años en una línea de trabajo determinada.
Naturalmente, la capacidad de crecimiento sostenido -gozando, por ende, de sustentabilidad- se halla muy atada a la disponibilidad sistemática de divisas, el viejo, pero más actual que nunca, tópico sobre el que tanto insistió M. Diamand, reafirmado por lo ocurrido en todos estos años, y que también pesa mucho hacia adelante.
En el lapso 2003-2007, un crecimiento anual del PIB cercano al 9%, con la expansión industrial algo por encima, se asociaron con una alta expansión de las exportaciones industriales y con superávits comercial global y corriente robustos.
Un reto importante, justamente puntualizado por Diamand, es el que la expansión industrial con valor agregado ascendente se «autofinancie» en divisas, provenientes sobre todo del comercio exterior sectorial, en lo cual tiene lugar una sustitución de importaciones dotada de un «costo límite» más sobrio, y una vocación industrial claramente más decidida.
Al examinarse los respectivos balances sectoriales de divisas vinculados con los rubros de exportaciones MOI y MOA, es sabido que opera una tendencia deficitaria en el primer rubro y superavitaria en el segundo. De todos modos, durante la primera parte de la década pasada, las performances respectivas se mostraban menos alejadas entre sí. La balanza industrial global registró superávit o un acotado déficit. En época de la convertibilidad, la expansión se asociaba rigurosamente con un déficit comercial global pronunciado. El factor que despierta inquietud es que, con el tiempo, la expansión industrial y del PIB -por ejemplo, la del bienio 2010/2011-, tendió a desvincularse de los superávits externos robustos, incluyendo un deterioro de los resultados en cuanto a los balances de divisas de los rubros industriales.
La aludida desvinculación, a la postre, se topó con una fase de renovada ralentización de la economía mundial, y finalmente, accionando resortes exógenos y endógenos, atravesamos en el presente una etapa de desaceleración de la economía en general y del sector industrial en particular. El cúmulo de factores y la impasse afrontados renuevan la necesidad de pensar con profundidad tanto el derrotero futuro del sector industrial, dentro de la economía toda, como las estrategias asumibles.
ACERCA DE UNA ESTRATEGIA GLOBAL Apuntando a la problemática arriba citada, surgieron recientemente algunos destacados trabajos que buscan aportar respuestas ponderadas. Cabe mencionar al respecto el artículo de D. Coatz et al intitulado «El rompecabezas productivo argentino» (Boletín Informativo Techint, N° 334) y el de D. Coatz y F. Grasso intitulado «A 10 años del ocaso distributivo y productivo argentino: realidades y desafíos de la reindustrialización» (revista Informe Industrial). Sintetizando, en esos aportes se hace un importante análisis del desenvolvimiento industrial de las últimas décadas, haciendo patente la degradación que adquiere impulso a partir de la última parte de los ’70 y que remata en los ’90, a la vez que se rescata la recuperación industrial que alentó el régimen que siguió al de la convertibilidad. Se avanza en el examen de las diferencias existentes de orden estructural en materia de productividad y de eslabonamientos productivos y de especificación en cuanto a la densidad de la integración nacional en los diversos rubros.
Una contribución esencial se da en lo referido a las estrategias destinadas a profundizar la re-industrialización incoada en estos años, algo tanto más relevante, en nuestra opinión, visto la impasse que afrontamos, incluida la sensible cuestión del debilitamiento del tipo de cambio real y la necesidad de retomar el tema del posicionamiento en términos de divisas exigido de cara a la sustentabilidad del despliegue industrial.
Respecto del punto comentado, en los artículos referidos, descuella un planteo de encuadre sistémico, que los hace especialmente valorables. Ello supone integrar las visuales macro, meso y microeconómica, bajo una óptica sinérgica.
Como es lógico, «conviene iniciar por el principio». Máxime computando el gran aporte que el tipo de cambio competitivo arrimó al despliegue industrial en su momento, la estrategia requerida debe arrancar desde una buena macro. Así se dice: «Todo plan para sostener un proceso de desarrollo comprende en principio una serie de elementos asociados a los grandes lineamientos macroeconómicos». Justamente, en este orden, uno de los cruciales problemas constatados, a resultas del curso inflacionario, es la apreciación del tipo de cambio real.
Dada una macro alineada, que supone una coherencia de las variables involucradas, deben sumarse los aspectos meso y microeconómicos: cuestiones tales como la infraestructura y la energía, el financiamiento del desarrollo, los resortes que conciernen al conocimiento y a la tecnología, las acciones destinadas al aliento orgánico de la sustitución de importaciones y de las exportaciones, entre otras facetas.
Lo que se desprendería, es que el horizonte del despliegue industrial dirigido a consolidar logros, dentro de una trama productiva global, demanda una visión sistémica, la que, como primer pedestal, reclama una buena macro.
RASGOS SALIENTES. Recordemos brevemente lo expresado en nuestra nota «Acerca de la expansión industrial de estos años» (BAE, 23/4/2012). Por de pronto, se aludía al notable crecimiento acumulado de la industria, que alcanzó un 90% o más al 2011. También es cierto que se registraron matices: durante el lapso 2003-2007, el crecimiento anual sectorial fue de un impactante 11 por ciento. Posteriormente, el ritmo promedio amengua. Compútese la incidencia de la crisis mundial que eclosionó a fines del 2008 y se proyectó hacia buena parte del 2009. Saliendo de esa crisis, durante el 2010-2011 se detecta una ponderable expansión industrial, la que va ralentizándose en las postrimerías del 2011, con una desaceleración que también transitamos actualmente. En el asunto inciden tanto aspectos ligados con el entorpecimiento de la economía mundial, como algunos de cariz endógeno. Enfatizamos en la nota mencionada los que fueron los «mojones o insinuaciones de transformación» que despuntaron, después del largo proceso de relativa desindustrialización verificado. Por aquéllos, la industria ganó espacio en el tinglado productivo, aunque luego se notó una moderación del efecto. Y, a la par, se avizoraron avances de mayor peso en rubros interesantes por su intensidad de valor agregado.
En realidad, lo que juegan son «procesos»: la desindustrialización relativa fue un proceso, y la reindustrialización, como trasunto de una densidad productiva en alza, también es, o debe ser, un (contra) proceso. Se requiere, por ende, continuidad por años en una línea de trabajo determinada.
Naturalmente, la capacidad de crecimiento sostenido -gozando, por ende, de sustentabilidad- se halla muy atada a la disponibilidad sistemática de divisas, el viejo, pero más actual que nunca, tópico sobre el que tanto insistió M. Diamand, reafirmado por lo ocurrido en todos estos años, y que también pesa mucho hacia adelante.
En el lapso 2003-2007, un crecimiento anual del PIB cercano al 9%, con la expansión industrial algo por encima, se asociaron con una alta expansión de las exportaciones industriales y con superávits comercial global y corriente robustos.
Un reto importante, justamente puntualizado por Diamand, es el que la expansión industrial con valor agregado ascendente se «autofinancie» en divisas, provenientes sobre todo del comercio exterior sectorial, en lo cual tiene lugar una sustitución de importaciones dotada de un «costo límite» más sobrio, y una vocación industrial claramente más decidida.
Al examinarse los respectivos balances sectoriales de divisas vinculados con los rubros de exportaciones MOI y MOA, es sabido que opera una tendencia deficitaria en el primer rubro y superavitaria en el segundo. De todos modos, durante la primera parte de la década pasada, las performances respectivas se mostraban menos alejadas entre sí. La balanza industrial global registró superávit o un acotado déficit. En época de la convertibilidad, la expansión se asociaba rigurosamente con un déficit comercial global pronunciado. El factor que despierta inquietud es que, con el tiempo, la expansión industrial y del PIB -por ejemplo, la del bienio 2010/2011-, tendió a desvincularse de los superávits externos robustos, incluyendo un deterioro de los resultados en cuanto a los balances de divisas de los rubros industriales.
La aludida desvinculación, a la postre, se topó con una fase de renovada ralentización de la economía mundial, y finalmente, accionando resortes exógenos y endógenos, atravesamos en el presente una etapa de desaceleración de la economía en general y del sector industrial en particular. El cúmulo de factores y la impasse afrontados renuevan la necesidad de pensar con profundidad tanto el derrotero futuro del sector industrial, dentro de la economía toda, como las estrategias asumibles.
ACERCA DE UNA ESTRATEGIA GLOBAL Apuntando a la problemática arriba citada, surgieron recientemente algunos destacados trabajos que buscan aportar respuestas ponderadas. Cabe mencionar al respecto el artículo de D. Coatz et al intitulado «El rompecabezas productivo argentino» (Boletín Informativo Techint, N° 334) y el de D. Coatz y F. Grasso intitulado «A 10 años del ocaso distributivo y productivo argentino: realidades y desafíos de la reindustrialización» (revista Informe Industrial). Sintetizando, en esos aportes se hace un importante análisis del desenvolvimiento industrial de las últimas décadas, haciendo patente la degradación que adquiere impulso a partir de la última parte de los ’70 y que remata en los ’90, a la vez que se rescata la recuperación industrial que alentó el régimen que siguió al de la convertibilidad. Se avanza en el examen de las diferencias existentes de orden estructural en materia de productividad y de eslabonamientos productivos y de especificación en cuanto a la densidad de la integración nacional en los diversos rubros.
Una contribución esencial se da en lo referido a las estrategias destinadas a profundizar la re-industrialización incoada en estos años, algo tanto más relevante, en nuestra opinión, visto la impasse que afrontamos, incluida la sensible cuestión del debilitamiento del tipo de cambio real y la necesidad de retomar el tema del posicionamiento en términos de divisas exigido de cara a la sustentabilidad del despliegue industrial.
Respecto del punto comentado, en los artículos referidos, descuella un planteo de encuadre sistémico, que los hace especialmente valorables. Ello supone integrar las visuales macro, meso y microeconómica, bajo una óptica sinérgica.
Como es lógico, «conviene iniciar por el principio». Máxime computando el gran aporte que el tipo de cambio competitivo arrimó al despliegue industrial en su momento, la estrategia requerida debe arrancar desde una buena macro. Así se dice: «Todo plan para sostener un proceso de desarrollo comprende en principio una serie de elementos asociados a los grandes lineamientos macroeconómicos». Justamente, en este orden, uno de los cruciales problemas constatados, a resultas del curso inflacionario, es la apreciación del tipo de cambio real.
Dada una macro alineada, que supone una coherencia de las variables involucradas, deben sumarse los aspectos meso y microeconómicos: cuestiones tales como la infraestructura y la energía, el financiamiento del desarrollo, los resortes que conciernen al conocimiento y a la tecnología, las acciones destinadas al aliento orgánico de la sustitución de importaciones y de las exportaciones, entre otras facetas.
Lo que se desprendería, es que el horizonte del despliegue industrial dirigido a consolidar logros, dentro de una trama productiva global, demanda una visión sistémica, la que, como primer pedestal, reclama una buena macro.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir