El frente externo: un intento de comprensión
Argentina – 16/04/2012 – Buenos Aires Económico – Pág. 28 – Tiempo de Lectura: 6′ 11»
Eduardo Luis Curia
Se vino intensificando el análisis acerca de las distintas medidas de política comercial externa en aplicación. Se verificaron circunstancias tanto en el frente externo como en el doméstico.
Una manera de abordar el tema es asumir los distintos instrumentos vistos en sí mismos, proyectando el asunto, no pocas veces, en fórmulas maniqueas: «proteccionismo contra apertura», «defensa de la industria nacional contra exposición importadora», y cosas por el estilo.
Eduardo Luis Curia
Se vino intensificando el análisis acerca de las distintas medidas de política comercial externa en aplicación. Se verificaron circunstancias tanto en el frente externo como en el doméstico.
Una manera de abordar el tema es asumir los distintos instrumentos vistos en sí mismos, proyectando el asunto, no pocas veces, en fórmulas maniqueas: «proteccionismo contra apertura», «defensa de la industria nacional contra exposición importadora», y cosas por el estilo.
En realidad, como premisa básica, creemos que la posibilidad de un desarrollo industrial sólido no está reñida con la matriz de una economía claramente abierta, rasgo este que, a la vez, no cabe confundir con una indefensión necia de la producción local ante cualquier práctica competitiva cuestionable. El quid estriba en una adecuada amalgama entre las líneas básicas atinentes a la estrategia de desarrollo afirmativa y aquellos resortes más ligados a la faz defensiva.
Si el análisis se torna más abarcativo, debemos incorporar como legado irrenunciable la enseñanza que dejara M. Diamand –de la mano de las categorías de la restricción externa y de la estructura productiva desequilibrada– en cuanto al lazo inextricable (relación compleja mediante) operante entre el desarrollo industrial y el despliegue de la estructura productiva general, por un lado, y la dinámica de divisas y el posicionamiento del tipo de cambio real en sentido amplio, por el otro.
A la postre, el calibramiento de los distintos instrumentos específicos de la política comercial posee como referencia clave a aquel lazo. Dicho sea de paso, un estimable intento de abordaje de la citada conexión se encuentra en el artículo del malogrado I. Heyn (en colaboración con P. Moldován), titulado «La política comercial en las estructuras productivas desequilibradas: el caso de las licencias no automáticas de importación» (obrante en el libro Ensayos en honor de Marcelo Diamand), sobre el que se volverá.
Las administraciones que se sucedieron desde el 2003 hasta la fecha –con el canal abierto por el cambio de régimen verificado en el 2002– han enarbolado sostenidamente el objetivo de la reindustrialización del país. Importa, entonces, en esa dirección, sopesar la contribución de los distintos instrumentos de la política económica general al mejor cumplimiento de ese objetivo político fundamental.
Un instrumento particular. Las licencias no automáticas de importación (LNI)– son un expediente al que se recurrió con intensidad con vistas al control de importaciones, aunque finalmente quedó rebasado en cuanto a la constelación aplicada. Es un instrumento dotado, comparativamente, de mayor formalidad, contemplado por la normativa de la OMC.
En rigor, en esa normativa las LNI poseen un estatuto derivado en tanto suponen un plazo de duración de 30-60 días, utilizable para el análisis que permita determinar en su caso la posible aplicación de las medidas de fondo previstas en la normativa. Estrictamente, las LNI ganan efectividad en aquel control cuando se opera de facto «extensivamente» con esos plazos, alargándolos y/o introduciendo alea en la decisión final. La incertidumbre así generada funge como principal disuasorio de las importaciones.
En el trabajo mencionado de Heyn, queda en claro que el uso de las LNI, aunque ya encarado en la primera parte de la pasada década, cobra visible énfasis durante el bienio 2008-2009, con proyección al 2010. Como es sabido, en el 2011 se da un refuerzo de aquél.
El colega, al explicar el marco desencadenante del proceso, alude al «fuerte crecimiento de la actividad económica, la irrupción de un shock positivo de términos de intercambio y una cierta apreciación del tipo de cambio real» (pág. 190), resortes que dieron pie a un pronunciado impulso importador, siendo que la crisis internacional que irrumpió a fines del 2008 «acrecentó los problemas» (pág. 191). Como se ve, incide un factor exógeno como la crisis mundial; uno mixto (los términos de intercambio, con sus secuelas en materia de inflación y de tipo de cambio real), y un elemento endógeno: la apreciación cambiaria real.
En verdad, durante la primera parte de la década anterior, la gravitación de la matriz del llamado «dólar alto» deparaba, por sí, un gran sustento de base al proceso de sustitución de importaciones y de exportaciones (a la que convenía integrar, como lo señalamos en distintos trabajos, una gama ponderada de políticas industrial, de comercio exterior, tecnológicas y organizativas más específicas por cadena de valor). Aun plasmándose una alta expansión sostenida general e industrial en particular, ella calzó –la «divina coincidencia», que luego se resintió– con un robusto y continuado superávit comercial externo del 5/6% del PBI (y uno corriente por la mitad de ese guarismo). En tales condiciones, las medidas administrativas de defensa lucían menos apremiantes.
En el período jugó, en consecuencia, un encastre significativo entre la disponibilidad general de dólares de la economía, con vigor en la fuente comercial externa, y la visual de la transformación productiva, perfilándose así una respuesta de orden estructural.
Volviendo al artículo de Heyn, en él se destaca el aporte positivo de las LNI –en su orden y en los rubros involucrados– en materia de sustitución de importaciones, incluido lo ocurrido en el 2010, marcando, a su vez, las limitaciones que pueden verificarse, en especial, como señala inteligentemente, cuando se trata de actividades nuevas y de una mayor capacidad productiva asociada.
El plano actual. Como se expresó antes, el uso de las LNI fue rebasado, rematándose en un paquete de medidas más amplio, dotado de mayor discreción administrativa. En rigor, las LNI integraron un enfoque actuante «más en el margen» para enfrentar la dura problemática que registraba la dinámica de dólares de la economía de cara al funcionamiento global de la misma. Por eso, se derivó en un esquema severo de controles sobre las tres cuentas del sector externo, el que permitió, en la coyuntura, acotar la salida de capitales, recomponer reservas y dar respaldo al superávit comercial, aunque aquí también influye cierta desaceleración económica.
Respecto de aquel esquema, atisban dos exposiciones a ponderar y un resorte de probable alivio:
a) Una exposición externa ante la contingencia de que se extiendan las quejas de terceros países afectados. Parecería que la benignidad que estuvo primando dio paso a un clima más tenso (con actitudes diversas: vgr., la de los países reclamantes ante la OMC respecto de la de países del BRIC). Aquí, el riesgo sería la «escalarización» de las tensiones y la hipótesis de que se presente al país como un outlier («caso idiosincrásico») en cuanto a procedimientos, posibilitando actos de retalión.
b) Una exposición interna en cuanto a las secuelas en términos de previsibilidad del flujo productivo, de la provisión de ciertos bienes finales y de algunos rubros comerciales. Con ciertas molestias en lo laboral.
c) Un probable alivio vinculado con la llegada de las liquidaciones de dólares de la cosecha gruesa –que parece menos dañada en valor que lo que se temía–, la que podría ayudar a distender el rigor de las trabas y a suavizar las exposiciones citadas.
De todos modos, lo que es capaz de trascender al eventual alivio coyuntural, es la probabilidad de una respuesta más de fondo, con mayor aptitud para reconciliar la dinámica de dólares de la economía con objetivos estructurales, algo que empalma con una perspectiva sólida de sustitución de importaciones con eficiencia dinámica y de exportaciones (reclamando, como hacía Diamand, cierta simetría de los cambios efectivos), calzando con una fuerte actividad y superando la restricción externa. Desde ya, pesando la necesidad de invertir y de ampliar la capacidad productiva, corresponde un horizonte claro de señales, plazos y procedimientos.
Para todo ello, es clave diseñar el menú apropiado de políticas. Heyn, en el meritorio artículo aludido, decía bien que se trataba de la complementación de un entorno macroeconómico favorable con estrategias productivas y comerciales más específicas de tenor estructural. Aquí es cuando manifestaba su reserva, dadas ciertas condiciones que percibía, sobre el aporte respecto del tipo de cambio. Sin embargo, un serio análisis de las implicancias que cabe desprender del curso de la apreciación cambiaria real que se despliega desde hace tiempo, podría ameritar, creemos, una reconsideración de esa postura atendiendo a aquella complementación y a aquel entorno.
Si el análisis se torna más abarcativo, debemos incorporar como legado irrenunciable la enseñanza que dejara M. Diamand –de la mano de las categorías de la restricción externa y de la estructura productiva desequilibrada– en cuanto al lazo inextricable (relación compleja mediante) operante entre el desarrollo industrial y el despliegue de la estructura productiva general, por un lado, y la dinámica de divisas y el posicionamiento del tipo de cambio real en sentido amplio, por el otro.
A la postre, el calibramiento de los distintos instrumentos específicos de la política comercial posee como referencia clave a aquel lazo. Dicho sea de paso, un estimable intento de abordaje de la citada conexión se encuentra en el artículo del malogrado I. Heyn (en colaboración con P. Moldován), titulado «La política comercial en las estructuras productivas desequilibradas: el caso de las licencias no automáticas de importación» (obrante en el libro Ensayos en honor de Marcelo Diamand), sobre el que se volverá.
Las administraciones que se sucedieron desde el 2003 hasta la fecha –con el canal abierto por el cambio de régimen verificado en el 2002– han enarbolado sostenidamente el objetivo de la reindustrialización del país. Importa, entonces, en esa dirección, sopesar la contribución de los distintos instrumentos de la política económica general al mejor cumplimiento de ese objetivo político fundamental.
Un instrumento particular. Las licencias no automáticas de importación (LNI)– son un expediente al que se recurrió con intensidad con vistas al control de importaciones, aunque finalmente quedó rebasado en cuanto a la constelación aplicada. Es un instrumento dotado, comparativamente, de mayor formalidad, contemplado por la normativa de la OMC.
En rigor, en esa normativa las LNI poseen un estatuto derivado en tanto suponen un plazo de duración de 30-60 días, utilizable para el análisis que permita determinar en su caso la posible aplicación de las medidas de fondo previstas en la normativa. Estrictamente, las LNI ganan efectividad en aquel control cuando se opera de facto «extensivamente» con esos plazos, alargándolos y/o introduciendo alea en la decisión final. La incertidumbre así generada funge como principal disuasorio de las importaciones.
En el trabajo mencionado de Heyn, queda en claro que el uso de las LNI, aunque ya encarado en la primera parte de la pasada década, cobra visible énfasis durante el bienio 2008-2009, con proyección al 2010. Como es sabido, en el 2011 se da un refuerzo de aquél.
El colega, al explicar el marco desencadenante del proceso, alude al «fuerte crecimiento de la actividad económica, la irrupción de un shock positivo de términos de intercambio y una cierta apreciación del tipo de cambio real» (pág. 190), resortes que dieron pie a un pronunciado impulso importador, siendo que la crisis internacional que irrumpió a fines del 2008 «acrecentó los problemas» (pág. 191). Como se ve, incide un factor exógeno como la crisis mundial; uno mixto (los términos de intercambio, con sus secuelas en materia de inflación y de tipo de cambio real), y un elemento endógeno: la apreciación cambiaria real.
En verdad, durante la primera parte de la década anterior, la gravitación de la matriz del llamado «dólar alto» deparaba, por sí, un gran sustento de base al proceso de sustitución de importaciones y de exportaciones (a la que convenía integrar, como lo señalamos en distintos trabajos, una gama ponderada de políticas industrial, de comercio exterior, tecnológicas y organizativas más específicas por cadena de valor). Aun plasmándose una alta expansión sostenida general e industrial en particular, ella calzó –la «divina coincidencia», que luego se resintió– con un robusto y continuado superávit comercial externo del 5/6% del PBI (y uno corriente por la mitad de ese guarismo). En tales condiciones, las medidas administrativas de defensa lucían menos apremiantes.
En el período jugó, en consecuencia, un encastre significativo entre la disponibilidad general de dólares de la economía, con vigor en la fuente comercial externa, y la visual de la transformación productiva, perfilándose así una respuesta de orden estructural.
Volviendo al artículo de Heyn, en él se destaca el aporte positivo de las LNI –en su orden y en los rubros involucrados– en materia de sustitución de importaciones, incluido lo ocurrido en el 2010, marcando, a su vez, las limitaciones que pueden verificarse, en especial, como señala inteligentemente, cuando se trata de actividades nuevas y de una mayor capacidad productiva asociada.
El plano actual. Como se expresó antes, el uso de las LNI fue rebasado, rematándose en un paquete de medidas más amplio, dotado de mayor discreción administrativa. En rigor, las LNI integraron un enfoque actuante «más en el margen» para enfrentar la dura problemática que registraba la dinámica de dólares de la economía de cara al funcionamiento global de la misma. Por eso, se derivó en un esquema severo de controles sobre las tres cuentas del sector externo, el que permitió, en la coyuntura, acotar la salida de capitales, recomponer reservas y dar respaldo al superávit comercial, aunque aquí también influye cierta desaceleración económica.
Respecto de aquel esquema, atisban dos exposiciones a ponderar y un resorte de probable alivio:
a) Una exposición externa ante la contingencia de que se extiendan las quejas de terceros países afectados. Parecería que la benignidad que estuvo primando dio paso a un clima más tenso (con actitudes diversas: vgr., la de los países reclamantes ante la OMC respecto de la de países del BRIC). Aquí, el riesgo sería la «escalarización» de las tensiones y la hipótesis de que se presente al país como un outlier («caso idiosincrásico») en cuanto a procedimientos, posibilitando actos de retalión.
b) Una exposición interna en cuanto a las secuelas en términos de previsibilidad del flujo productivo, de la provisión de ciertos bienes finales y de algunos rubros comerciales. Con ciertas molestias en lo laboral.
c) Un probable alivio vinculado con la llegada de las liquidaciones de dólares de la cosecha gruesa –que parece menos dañada en valor que lo que se temía–, la que podría ayudar a distender el rigor de las trabas y a suavizar las exposiciones citadas.
De todos modos, lo que es capaz de trascender al eventual alivio coyuntural, es la probabilidad de una respuesta más de fondo, con mayor aptitud para reconciliar la dinámica de dólares de la economía con objetivos estructurales, algo que empalma con una perspectiva sólida de sustitución de importaciones con eficiencia dinámica y de exportaciones (reclamando, como hacía Diamand, cierta simetría de los cambios efectivos), calzando con una fuerte actividad y superando la restricción externa. Desde ya, pesando la necesidad de invertir y de ampliar la capacidad productiva, corresponde un horizonte claro de señales, plazos y procedimientos.
Para todo ello, es clave diseñar el menú apropiado de políticas. Heyn, en el meritorio artículo aludido, decía bien que se trataba de la complementación de un entorno macroeconómico favorable con estrategias productivas y comerciales más específicas de tenor estructural. Aquí es cuando manifestaba su reserva, dadas ciertas condiciones que percibía, sobre el aporte respecto del tipo de cambio. Sin embargo, un serio análisis de las implicancias que cabe desprender del curso de la apreciación cambiaria real que se despliega desde hace tiempo, podría ameritar, creemos, una reconsideración de esa postura atendiendo a aquella complementación y a aquel entorno.
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