Una negociación interminable
Desde 2001, 153 países debaten las reglas para profundizar la liberalización comercial, pero no logran ponerse de acuerdo. Cuáles son los riesgos para las naciones en desarrollo, porque las promesas que realizan los Estados Unidos son tomadas «con pinzas».
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Fracaso inminente
Por Ramiro Manzanal *
Todo indica que el fracaso de la interminable Ronda de Doha es casi un hecho. Parece existir la percepción de que si no concluyen este año esto ya nunca ocurrirá, el 2012 aparece como un año políticamente complicado para el acuerdo, especialmente por las elecciones en Estados Unidos. No es atinado y resulta superficial quedarse en una mirada positiva que se pose casi exclusivamente sobre la firmeza de los países en desarrollo y concluir en la trillada «Ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo», frase que sólo tiene el exacto peso de la obviedad. Muy por el contrario, la ausencia de acuerdo tiene implicancias poco felices. La principal, la erosión que esto supone sobre este mecanismo de negociación multilateral dentro de la OMC, con la consecuente pérdida de credibilidad del organismo y sus posibles secuelas.
La OMC, con todos sus defectos, es una institución dentro de la que se puede observar un trato más igualitario entre naciones con diferentes tamaños. Sería un error importante confundir y vincular a la OMC con otras instituciones multilaterales con actuaciones poco felices, como por ejemplo el BM o el FMI. Con todo y por ejemplo, dentro de la OMC existe la posibilidad de limitar las conductas de naciones más poderosas, en un contexto dónde es posible la generación de incentivos para la coordinación y a la cooperación. Además, existe un criterio uniforme de representatividad, cada miembro tiene un voto. Así, los países menos poderosos pueden formar coaliciones y empujar a los países desarrollados de mayor peso, que también deben realizar ciertas concesiones.
Es esa misma capacidad de los países en desarrollo de tejer alianzas y coaliciones la que en estos momentos bloquea la posibilidad de los países desarrollados de imponer condiciones desfavorables para las economías en desarrollo. Es la misma dificultad de obtener un mal acuerdo lo que visibiliza la ventaja de este tipo de negociaciones. El director general de la OMC, Pascal Lamy, transformando las dudas sobre la conclusión de la Ronda este año en algo más parecido a la certeza, sostiene que lo que bloquea el acuerdo son las diferencias en torno de la reducción de aranceles sobre los productos industriales, responsabilizando a los países en desarrollo. Lo que sucede es que EE.UU. pretende, casi forzando el ocaso de la negociación, que los países emergentes como China, India y Brasil abran más sus mercados, reduciendo sus aranceles a cero en ciertos sectores industriales (productos químicos, electrónica y maquinaria industrial), exigencia que no puede menos que ser rechazada.
Pero tan importante como el fracaso de las negociaciones y la posible pérdida de credibilidad de un foro multilateral que aunque imperfecto se encuentra lejos de ser infértil, es su lado B: la consecuente proliferación de acuerdos bilaterales bajo la forma de Tratados de Libre Comercio, especialmente los llamados Norte-Sur, es decir entre países desarrollados y países en desarrollo. (Además de la latente posibilidad de la creación de algún foro alternativo por parte de países desarrollados en los que intenten avanzar y consolidar la liberalización comercial con un trato menos amable hacia los países menos desarrollados). Es sabido que los tratados de libre comercio no suponen ningún avance en términos de complementariedad productiva, rara vez contemplan tratos especiales y diferenciados para con países menos desarrollados, dificultan la exigencia para la aplicación de normas internacionales en temas técnicos y terminan reforzando las asimetrías entre los países desarrollados y países en desarrollo. Muy diferente de un avance en el sentido de integración regional. Un proceso que liberaliza el comercio entre los países de una región pero en busca de una mejor inserción internacional, además de bregar por la complementariedad productiva y así reducir competencias internas.
A la hora de analizar los TLC, la ortodoxia económica tiende a simplificar sus resultados vinculándolos casi exclusivamente con el efecto que tienen sobre la creación y el desvío de comercio y sus efectos cruzados Un análisis más complejo hace que aquello pierda relevancia frente a un examen vinculado con las consecuencias sobre el patrón productivo de las naciones menos desarrolladas. Interrogar al acuerdo en términos de una estrategia de inserción internacional acorde con las características del modelo productivo de cada país.
El inminente fracaso de la ronda de Doha en tanto ámbito multilateral de negociación es una mala noticia. Los acuerdos bilaterales que posiblemente de ello resulten solo profundizarán las asimetrías en un contexto de marcado desequilibrio. En este caso, paradójicamente, se podría decir que ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo, pero al mismo tiempo terminará siendo equivalente a muchos malos acuerdos.
* Economista UBA-AEDA.
Cuesta abajo en la rodada
Por Javier Echaide *
La Ronda de Doha es un proceso de negociaciones comerciales iniciado en 2001 por la Organización Mundial del Comercio (OMC) de 153 países miembros, entre ellos la Argentina. El objetivo es profundizar la liberalización comercial aunque se presente como «una ronda para el desarrollo», algo que parece lejos de ser cumplido. Desde 2001 se celebraron tres Conferencias Ministeriales: Cancún (2003), Hong Kong (2005) y Ginebra (2009), y desde 2003 el proceso de negociación está políticamente estancado, ya que lo discutido es el modelo de libre comercio como motor de los procesos de desarrollo. Si algo se ha visto es que el librecambio genera mayores beneficios a quienes ya se encuentran en una posición ventajosa, por lo que se trata de un modelo que profundiza la brecha económico-social entre países desarrollados y no desarrollados.
Este fue el debate de fondo que hubo el 8 de marzo pasado en la última reunión en Ginebra del Comité de Negociaciones Comerciales (segunda instancia decisoria por debajo de las Ministeriales) de la OMC, para ver si es posible tener los borradores listos para negociar en los tres temas que trata la Ronda de Doha: liberalización de la agricultura, acceso a mercados no agrícolas y bienes industriales (llamado «NAMA») y la liberalización de los servicios.
Todas las delegaciones que hablaron en la reunión de marzo mencionaron que los tiempos apremian y reconocieron que las diferencias no son sólo de forma sino de fondo. La situación preocupa incluso al director general de la OMC, el francés Pascal Lamy, quien debe coordinar las negociaciones para que lleguen a buen puerto. Pero la Ronda de Doha es la más larga en la historia de las negociaciones por la liberalización y en estos diez años trascurridos el objetivo de lograr un acuerdo exitoso parece cada vez más difícil. La coyuntura tampoco favorece: en medio de una crisis económica mundial, hablar de abrir mercados y de libre comercio es permitir un mayor contagio de esa crisis y restringir las medidas de regulación que podrían apaciguarla (política comercial, políticas monetarias, control de cambios, etc.), medidas opuestas a la dogmática neoliberal y librecambista de la OMC.
Un día antes de la reunión de marzo se realizó un encuentro de «sala verde» (green room), caracterizados por ser secretos y restringidos a unos pocos países de la OMC. Y esa «sala verde» fue una fotografía de la realidad de la Ronda: los desacuerdos son tan grandes que la reunión duró sólo media hora.
Las palabras que más suenan hoy en la OMC son «realismo», «compromiso» y frases como «ahora o nunca». Los países desarrollados piden mayores aperturas en sectores donde ellos son altamente competitivos (servicios y NAMA), manteniendo sus medidas de ayudas internas en agricultura. Los no desarrollados piden acceso a los mercados agrícolas del norte y como compromiso asumirían aperturas de entre 30 y 50 por ciento de sus industrias recortando aranceles en sectores clave. Pero estas diferencias técnicas son además políticas. En la reunión, Brasil fue el que más claro y duro habló: «Si este punto de vista prevalece, entonces no estamos en el juego final. Estamos llegando al final del juego», dijo el embajador Roberto Azevedo, en lo que podría ser un epitafio de la Ronda de Doha si no se obtiene un acuerdo para mediados de julio, como pretende la OMC.
A la crisis y las diferencias políticas se agrega que EE.UU. no tenga autorización de su Congreso (o fast track) para tomar compromisos comerciales a nivel internacional. Por esto, cualquier cosa que EE.UU. diga es tomada «con pinzas» por los demás países miembros, pues podría no aplicarse para EE.UU. si su Senado vetase los acuerdos firmados.
Pero agricultura no es todo. La baja de aranceles en NAMA pone en riesgo el desarrollo industrial de muchos países y reduce sustancialmente el espacio de políticas públicas frente a escenarios de crisis económicas, lo cual incluye a la Argentina específicamente. También deben preocupar la liberalización de sectores como el financiero, que está incluido en las negociaciones de servicios. Las propuestas de reformas financieras adoptadas por el G-20, por ejemplo, para intentar evitar futuras crisis podrían contradecir abiertamente las disposiciones del Acuerdo de Servicios de la OMC.
Pero la variedad de temas es tan amplia que incluye otros como ser si el agua potable es o no mercancía. Para la OMC, el agua es una mercancía transable como cualquier otra y por ende sujeta a las leyes del mercado y a la liberalización. Eso puede contradecir otras normas internacionales que entienden al agua como un bien no apropiable y no comercializable (un «bien común»). En ese sentido van, por ejemplo, la Declaración 292 de la Asamblea General de la ONU de agosto de 2010, o la Resolución 9 del Consejo de Derechos Humanos de la ONU de octubre de ese año.
* Abogado, becario UBA y miembro del Centro Cultural de la Cooperación (CCC).
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