El empleo industrial se estanca, pero crece fuerte en el sector (…)
DEFICIENCIAS EN LA ESTRUCTURA LABORAL Y UNA ECONOMÍA POCO DESARROLLADA
Es un dato para tomar en serio que el empleo industrial esté prácticamente estancado, justo en la principal fuente de trabajo y de trabajo de calidad.
Según informes oficiales, ahora el cuadro mejoró un poco respecto del crítico 2009, pero es casi igual al que había en 2008.
La industria aporta el 20% de toda la ocupación privada. Y alberga tanto personal como el sector público completo: 1.210.374, contra 1.269.064 de la Nación y las provincias.
Que un sector tan gravitante haya empezado a dejar de crear empleo al ritmo que lo hacía antes, debiera ser una luz amarilla en el tablero oficial. La tendencia arrancó en 2007 y abarca a toda la actividad privada.
Entre ese año y 2010, la ocupación privada subió un 8,7%. Parece una buena performance, pero afloja no bien se repara en que las estadísticas del INDEC cantan, para el mismo período, un crecimiento industrial del 25% y otro del 20% en toda la economía.
El contraste muestra que, aquí, el incremento de la fuerza laboral ni de cerca acompaña el proceso económico.
En cambio, marcha a paso firme el empleo público: subió nada menos que un 22% desde fines de 2007 a fines de 2010. El número puede haber gravitado, al menos parcialmente, en el descenso de la tasa de desocupación.
Es muy probable que parte de ese aumento se deba a la regularización de trabajadores informales, eventuales y contratados, bajo la presión de los gremios estatales.
Aun cuando el Gobierno prefiera poner la lupa en las maniobras de las empresas, lo cierto es que tareas así de precarias abundan en ministerios y oficinas públicas, nacionales y provinciales. Pero de esto no se habla.
Hay, por lo demás, un par de datos notables en planillas del propio INDEC. Revelan que el índice de obreros ocupados en la industria es, hoy, inferior al de 1997. También el de horas trabajadas. O sea, menores a los de hace 13 años.
Algunos analistas advierten sobre deficiencias ya estructurales en el mercado laboral, que dan fundamento al desacople entre el crecimiento de la ocupación y el de la economía. Y también a tasas de desempleo y subempleo todavía elevadas.
«No vale comparar los registros actuales con los de 2003, porque entonces salíamos de una crisis que desplomó todo», dicen. Además, en los primeros años del kirchnerismo existía una enorme capacidad de producción ociosa y, por lo tanto, un alto potencial para expandir el empleo.
Eso se ve, nítido, en la industria.
Entre 2003 y 2007, la ocupación escaló un 39,4%, contra el 4,6% para el período 20072010.
Hasta especialistas cercanos al oficialismo creen que el desacople entre empleo y crecimiento es el emergente de una economía muy primarizada, demasiado dependiente de actividades que crean escaso valor agregado, o sea, poca mano de obra.
A pesar del repunte de la era K, la industria está en el mismo punto en que se encontraba en los 90, medida en relación al producto bruto global. En aquellos tiempos, su participación en el PBI rondaba el 17%; hoy anda en el 16%.
Las cuentas privadas, y también las oficiales, vendrían a probar el limitado efecto sobre la actividad manufacturera del «modelo» y de las llamadas «políticas activas».
Nada que, en los hechos, pueda ser asimilado a un programa de desarrollo y diversificación.
Los mismos cuatro sectores que en los 90 representaban el 54% de la producción fabril total, ahora absorben el 60%: alimentos, químicos, metales y automotores.
Esto significa más concentración en lugar de mayor diversificación.
Otro tanto ocurre con las exportaciones, sólo que aquí el grado de concentración pasa el 70%.
Es cierto que la desigual relación entre empleo y actividad económica puede estar teñida por el hecho de que el INDEC sobreestima el crecimiento. La maniobra influye, mas no explica que la ocupación privada haya empezado a ralentizarse.
Antes y ahora, cuentan otros factores de peso. Uno es la ausencia de grandes inversiones, que garantizan trabajo futuro.
Otro, la inflación.
Un proceso inflacionario como el actual y un tipo de cambio casi planchado abaratan las importaciones y, consecuentemente, las vuelven más atractivas. A la vez, muchos sectores que compiten con el exterior han quedado descolocados por el incremento de los salarios en dólares.
Finalmente, no en todos los casos los precios de los bienes producidos equiparan a la variación general de los precios. Y como en sus demandas salariales los gremios se guían por la inflación verdadera, hay empresas que sienten el impacto de costos laborales crecientes.
Así, cada vez más analistas opinan que la suma de estos factores desalienta el empleo.
Desde luego, el cuadro de ningún modo invalida las demandas sindicales, pues para los trabajadores lo que cuenta es la erosión que la trepada inflacionaria provoca en sus ingresos. Pero dan batalla aquellos con poder suficiente como para hacerlo, mientras grandes contingentes quedan afuera de la puja: entre otros, los que están en negro.
Más tarde o más temprano, el Gobierno deberá enfrentar la inflación. Cualquiera sea su color. Pues es bien sabido que, al final, ese fenómeno termina por pegarle a la economía.
EN FOCO
Alcadio Oña
aona@clarin.com
(Información General)
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