Con el listón más alto en ocho años: domesticar a Moyano
Argentina – 27/04/2011 – La Nación – Pág. 1/Economía & Negocios – Tiempo de Lectura: 2′ 35»
Francisco Olivera
LA NACION
Francisco Olivera
LA NACION
José Ignacio de Mendiguren tenía en línea recta, a tres metros, al hombre más poderoso del recinto. Y al leer la última línea del discurso, levantó la vista hacia el personaje en cuestión, Hugo Moyano: «En mí y en nuestra entidad encontrarán un incansable buscador de consensos y de mecanismos que armonicen los legítimos disensos».
El camionero escuchaba inmóvil, a la derecha del ruralista Eduardo Buzzi, sin soltar siquiera un gesto. El gesto era en realidad su presencia ahí, en el entorno que lo detesta en voz baja y lo llama con afecto entre pares: «el Negro». Hablar con Moyano da corte entre hombres de negocios: es hablar con el poder real. «Realmente, me sorprendió verlo acá», murmuró el siempre escueto Guillermo Noriega, director general de Siderca. Era su aprobación. «¡Ah, bueno, estamos todos!», abordó Oscar Iglesias (Peugeot) al sindicalista, y le dio un abrazo. «¿Que haces, Hugo?», se le acercó el metalúrgico Juan Carlos Lascurain.
Mendiguren es, hoy, el único dirigente empresarial capaz de sentar allí a Moyano. Y en su primer mensaje hizo equilibrio. Con cierto esfuerzo -le pidieron que no improvisara-, se mostró menos crítico que Miguel Acevedo, el presidente saliente, que dijo que la UIA pedía «reclamos sindicales que se ajusten a derecho y no a la acción directa». Moyano seguía imperturbable, con la misma seriedad con que pareció digerir, después, la estocada más elegante del nuevo N° 1: «Pasar del 10% de la carga transportada actualmente vía ferrocarril al 25%», propuso.
¿Moyano, qué le pareció el discurso de Mendiguren?, le preguntó La Nación. El camionero se iba, pero se dio vuelta y eligió la frase: «Importante. Pero hay que analizar punto por punto». ¿Es el inicio de otro pacto?, insistió un periodista de Ambito Financiero. Moyano encontró esta vez la broma: «Un pato, sí, vamos a ser el pato de la boda».
La tesis del nuevo líder fabril es que la Argentina pierde tiempo discutiendo banalidades y, con eso, se van la vida y las oportunidades. Ayer, por caso, el tema del cóctel fue la pelea Techint-Gobierno. El economista Bernardo Kosacoff, uno de los invitados, recibió un aluvión de consultas: era el director que propuso Techint y rechazó el Gobierno. «Yo quedé en el medio», se excusó, y levantó el tono para negar un dato que proliferó en medios de propaganda gubernamental: «Nunca trabajé para Techint. Y si lo hubiera hecho, ¿qué tendría de malo?».
¿Cómo hará Mendiguren para sobrellevar ese conflicto, por ahora ajeno a él, mientras parte del empresariado, con razón o sin ella, acusa al grupo siderúrgico de haber actuado torpemente y creado una pelea de la nada? «Pobre vasco, está entre la espada y la pared», dijo el número uno de una cámara.
El textil le dedicó al asunto líneas subterráneas: «Necesitamos más grandes industrias, multinacionales argentinas, que a su vez potencien y promuevan la competitividad y la inserción internacional de sus pymes proveedoras y clientes. Esta idea, que tanto difundieron e implementaron empresarios prestigiosos como Roberto Rocca, es una de las claves para transformar el entramado productivo y agregar más valor». No estaba Luis Betnaza (de viaje), pero lo escuchaban Luis Berardi, CEO de Siderar; Noriega, y David Uriburu, todos del grupo. ¿Qué le pareció, Berardi?, preguntó La Nación. «Me gustó eso de terminar con antinomias como campo-industria, empresas grandes-pymes y mercado interno-externo», contestó. ¿Y la mención a Rocca? «Bueno, eso me toca el corazón».
El camionero escuchaba inmóvil, a la derecha del ruralista Eduardo Buzzi, sin soltar siquiera un gesto. El gesto era en realidad su presencia ahí, en el entorno que lo detesta en voz baja y lo llama con afecto entre pares: «el Negro». Hablar con Moyano da corte entre hombres de negocios: es hablar con el poder real. «Realmente, me sorprendió verlo acá», murmuró el siempre escueto Guillermo Noriega, director general de Siderca. Era su aprobación. «¡Ah, bueno, estamos todos!», abordó Oscar Iglesias (Peugeot) al sindicalista, y le dio un abrazo. «¿Que haces, Hugo?», se le acercó el metalúrgico Juan Carlos Lascurain.
Mendiguren es, hoy, el único dirigente empresarial capaz de sentar allí a Moyano. Y en su primer mensaje hizo equilibrio. Con cierto esfuerzo -le pidieron que no improvisara-, se mostró menos crítico que Miguel Acevedo, el presidente saliente, que dijo que la UIA pedía «reclamos sindicales que se ajusten a derecho y no a la acción directa». Moyano seguía imperturbable, con la misma seriedad con que pareció digerir, después, la estocada más elegante del nuevo N° 1: «Pasar del 10% de la carga transportada actualmente vía ferrocarril al 25%», propuso.
¿Moyano, qué le pareció el discurso de Mendiguren?, le preguntó La Nación. El camionero se iba, pero se dio vuelta y eligió la frase: «Importante. Pero hay que analizar punto por punto». ¿Es el inicio de otro pacto?, insistió un periodista de Ambito Financiero. Moyano encontró esta vez la broma: «Un pato, sí, vamos a ser el pato de la boda».
La tesis del nuevo líder fabril es que la Argentina pierde tiempo discutiendo banalidades y, con eso, se van la vida y las oportunidades. Ayer, por caso, el tema del cóctel fue la pelea Techint-Gobierno. El economista Bernardo Kosacoff, uno de los invitados, recibió un aluvión de consultas: era el director que propuso Techint y rechazó el Gobierno. «Yo quedé en el medio», se excusó, y levantó el tono para negar un dato que proliferó en medios de propaganda gubernamental: «Nunca trabajé para Techint. Y si lo hubiera hecho, ¿qué tendría de malo?».
¿Cómo hará Mendiguren para sobrellevar ese conflicto, por ahora ajeno a él, mientras parte del empresariado, con razón o sin ella, acusa al grupo siderúrgico de haber actuado torpemente y creado una pelea de la nada? «Pobre vasco, está entre la espada y la pared», dijo el número uno de una cámara.
El textil le dedicó al asunto líneas subterráneas: «Necesitamos más grandes industrias, multinacionales argentinas, que a su vez potencien y promuevan la competitividad y la inserción internacional de sus pymes proveedoras y clientes. Esta idea, que tanto difundieron e implementaron empresarios prestigiosos como Roberto Rocca, es una de las claves para transformar el entramado productivo y agregar más valor». No estaba Luis Betnaza (de viaje), pero lo escuchaban Luis Berardi, CEO de Siderar; Noriega, y David Uriburu, todos del grupo. ¿Qué le pareció, Berardi?, preguntó La Nación. «Me gustó eso de terminar con antinomias como campo-industria, empresas grandes-pymes y mercado interno-externo», contestó. ¿Y la mención a Rocca? «Bueno, eso me toca el corazón».
(Titulares)
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