Salarios: ganadores y perdedores, en una estructura distorsionada

Argentina – 04/10/2011 – Clarín – Pág. 8/Sección: El País – Tiempo de Lectura: 3′ 59»
 
EL MISMO AUMENTO VALE MUY DIFERENTE EN UN GREMIO QUE EN OTRO
EN FOCO
Alcadio Oña
aona@clarin.com

Demasiado prematuro o, al fin, aspiración de los empresarios, se ha instalado el escenario de un aumento salarial del 18 % como pauta para las paritarias de 2012.
Demasiado prematuro, porque faltan cuanto menos cinco meses para las negociaciones.
Y aspiración de los empresarios, seguro: quieren escaparles a subas parecidas al 25­30 % de este año.
Nadie puede asegurar que el 18 % es un número alentado desde el Gobierno, a través del Ministerio de Trabajo. Pero si así fuese, nunca va a ser admitido: el discurso de Carlos Tomada será, siempre, que las discusiones paritarias son libres.
Algo semejante equivaldría, también, a reconocer que la Casa Rosada está inquieta por el proceso inflacionario, cuando se lo niega. Y peor aún: que los salarios son parte del problema.
Fuentes cercanas a Hugo Moyano ponen los caballos delante del carro. Dicen que cualquier negociación general, bajo la forma que adquiera, debe arrancar con un compromiso firme de los empresarios en el sentido de contener el alza de los precios, especialmente, los que tocan a los alimentos. Y recién luego, hablar de incrementos en los sueldos.
Pero, incluso en el supuesto de que hubiese una pauta que alcance a los grandes gremios, con la idea de guiar al resto, existe un dato de peso. No vale igual un 18 % para la industria automotriz que para la construcción. El ejemplo viene a cuento de un informe del INDEC titulado Distribución Funcional del Ingreso.
En esos dos sectores, exactamente 32 % fueron los aumentos que hubo entre el segundo trimestre del año pasado y el segundo del actual. La diferencia salta en los sueldos netos promedios: hoy, $ 11.162 en la industria automotriz y $ 4.810 en la construcción.
El mismo 32 % se registró tanto en bancos privados como en textiles. Y los salarios cantan $ 10.447 contra $ 4.042.
Los empleados de comercio obtuvieron un 34 %, y así pasaron a ganar $ 3.932. Con muy poco más, un 38 %, los trabajadores de las compañías de electricidad llegan a $ 11.594.
Para decirlo de otra manera, un ajuste porcentual idéntico no sólo no representa la misma plata, sino que además amplía la brecha en valores absolutos. Un 18 % en la industria automotriz significaría $ 2.010 adicionales y $ 865 en la construcción.
Sin duda que en esas actividades influyen los diferentes grados de especialización, la disponibilidad de mano de obra y la situación financiera de las compañías. Así como en otras cuentan el factor riesgo, la «vida útil» del operario y algún ingreso extra.
Todo cierto, igual que la enorme dispersión salarial que revela el muestreo del INDEC. A la cabeza de las remuneraciones en el sector privado están los petroleros, con $ 24.859, seguidos por los de las refinerías, con $ 17.744.
Los dos tienen común a la actividad petrolera. Esto puede hablar de la rentabilidad empresaria, de un sector muy sensible en la economía y, tal cual pasa en otros casos, de la capacidad de presión de los gremios.
En el fondo de la pirámide anclan los gastronómicos y los dedicados al cultivo de cereales y oleaginosas, que cobran, respectivamente, $ 2.693 y $ 3.066. Resultado: los petroleros ganan casi 10 veces más.
Nuevamente, pueden abundar argumentos que expliquen diferencias semejantes.
Aunque no dejará de ser fragmentación al interior del mercado laboral. Finalmente, gastronómicos, empleados de comercio y docentes existen en todo el país.
Hay para todos los gustos, en la estadística del INDEC. Por ejemplo, que los empleados en bancos nacionales perciben $ 4.000 más que los privados. O que en la Ciudad Autónoma se paga casi el doble que en los municipios y $ 2.000 por encima del promedio en el sector público provincial.
Son, todos, ingresos en blanco. Y también promedios, lo cual implica que los hay mayores y menores a la media.
Está claro que cada cual discute según su situación relativa y hasta en base a acuerdos políticos.
Y no se trata, desde luego, de andar promoviendo bajas en los salarios.
El problema está en la inflación verdadera.
Y frente a ella, los que pueden ganan, otros empatan; la gran mayoría, pierde.
Hasta ahora, el Gobierno ha rehusado sentarse a la mesa de negociaciones con las centrales sindicales y empresariales.
Como si el gasto público, la política cambiaria y la monetaria no fuesen piezas clave en cualquier plan antiinflacionario.
Por no citar, también, a la carga de una estructura impositiva desigual.
Tanto en la CGT como en el kirchnerismo suelen responsabilizar a los mercados concentrados, o sea, a las empresas que hacen valer posiciones dominantes a la hora de fijar precios. Real en muchos casos, el punto es que tal configuración no fue alterada durante la era K. Tampoco, la extranjerización de la economía.
Una inflación instalada con comodidad en los dos dígitos largos desde hace cinco años, inevitablemente transmite desajustes en cadena. Y, al final, termina por pegarle a la actividad económica.
Seguro que ese eslabonamiento de factores inquieta al Gobierno, así se niegue a admitirlo. Y será otro de los desajustes que heredará de si mismo. Pero aun cuando un aumento generalizado del 18 % agudice distorsiones en el mercado laboral o apunte a un sendero decreciente de la curva de los precios, es un número al tanteo. Simplemente, porque fue destruido el termómetro del INDEC.

(Ministerio de Trabajo, Empleo y Form. de Recursos Humanos)

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