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Guerra comercial, la etapa superior de la pelea cambiaria Detrás de la disputa entre los socios del Mercosur asoman los problemas y conflictos dentro de la cadena industrial. Cara a cara. La semana pasada Giorgi y su par Pimentel avanzaron en la solución de las diferencias comerciales. Valorar – Por Jorgelina Hiba / La Capital relacionadas:
El juego de desgastes, presiones y contramarchas ejecutado tanto por la ministra de Industria Débora Giorgi como por su colega brasileño Francisco Pimentel se inscribe en un contexto de batalla comercial mundial, donde los países declaman el libre comercio pero ajustan al máximo las barreras paraarancelarias para defender lo propio.
A la par, las políticas cambiarias se han convertido —según lo admitió el propio ministro de Economía brasileño Guido Mantega— en un factor determinante de la competitividad de las naciones, que llevan los niveles de proteccionismo al límite de la legalidad que decreta la Organización Mundial del Comercio (OMC).
En ese marco, el tironeo con los vecinos y el achicamiento del superávit externo desnudan las falencias estructurales del entramado industrial local, que sufrió y mucho durante los 90 y que literalmente desapareció del mapa en rubros clave como autopartes, algunos segmentos de la maquinaria agrícola o el textil de base.
Sobre esos huecos que se supieron construir opera en parte la importación, que saca ventaja de los sinsabores históricos argentinos y también del empecinamiento de buena parte del empresariado doméstico de vivir pendiente del tipo de cambio y no apostar, cuando puede y lo dejan, por decisiones de inversión y estrategias a largo plazo.
A nivel más macro, en la crisis de la balanza comercial que tienen muchos sectores industriales juega, y mucho, el tipo de cambio, quieto desde hace rato. Los referentes de algunos de los rubros más importantes de la región como autos, maquinaria agrícola y equipamiento para el sector de la alimentación aseguran que es imposible competir en el exterior con una inflación en dólares para los insumos y un costo salarial que crece a un ritmo del 20% anual. Sin embargo, ese cuello de botella al que hacen referencia los empresarios manufactureros también es producto de una década de escasa inversión que los tiene como protagonistas centrales. En rigor, tras el fuerte proceso devaluatorio de la posconvertibilidad, muchos sectores echaron mano de la diferencia cambiaria como estrategia competitiva —una variable que se agota en el corto plazo— y no dieron el salto que les permitiera mantenerse en pie en un contexto de crecimiento que se prolongó más de lo habitual para una Argentina acostumbrada a ciclos cortos de alza y baja.
Divisas. «El tipo de cambio es uno de los principales impulsores de la política económica, incluso más que la productividad», alertó Guido Mantega, ministro de Economía de Brasil. El antecedente del conflicto con Brasil evidencia los rasgos de la nueva guerrilla proteccionista que se expande a nivel global: las dos naciones exigen más de lo que otorgan y apelan a las reglas internacionales, mientras usan todos los trucos posibles para defender cada centímetro de la frontera en común. La ecuación que recuerda la pelea entre los grandes del Mercosur es la que moldea las políticas en todo el mundo: un discurso librecambista afuera y políticas proteccionistas puertas adentro.
Se trata, según el economista de la consultora Abeceb.com Mauricio Claverí, de una «guerra de guerrillas» donde nadie se replantea las políticas comerciales externas defensivas porque, en el fondo, en los foros internacionales se cumple con los protocolos de rigor.
«En los cuarteles generales no se declaran las guerras. Pero en las trincheras portuarias y aduaneras se frenan importaciones y bloquean exportaciones», señaló el especialista.
En ese marco, la guerra de divisas y la preponderancia del tipo de cambio en las políticas económicas late de los dos lados de la frontera: en Brasil, los industriales ya no saben de qué manera pedir una devaluación del «superreal» para recuperar perdidas porciones del mercado, algo que la presidenta Dilma Roussef hasta ahora no les ha concedido.
Del lado argentino, las voces que salen de la industria saben que nada ocurrirá hasta las elecciones presidenciales de octubre, aunque todos se preparan para presionar al próximo gobierno respecto a su política cambiaria para enfrentar lo que denominan «la inflación en dólares».
De igual forma, desde las trincheras industriales saben que a pesar de los valores planchados del dólar a nivel local, los sigue salvando la cotización del real, que es garantía de exportación y limita de cierta forma la entrada de productos brasileños.
La excesiva atadura de la competitividad local al valor del real fue destacada en un trabajo reciente de Abeceb.com, donde se explica que el tipo de cambio multilateral del sector industrial argentino «estaría sobrevaluado un 45% con relación al mundo» si no fuera porque la moneda de Brasil se mantiene fuertemente adelantado respecto de otras monedas duras.
Según ese reporte, la divisa brasileña «le da un colchón a la Argentina para no devaluar nominalmente su moneda y aún así conservar cierta competitividad frente al avance de precios en el mercado local».
A pesar del salvavidas que todavía representa Brasil, donde van a parar el 21% de las ventas externas argentinas, el superávit se achica cada vez más: durante los primeros cuatro meses del año cayó un 24% respecto a igual período del año anterior, un dato que se explica tanto por las menores cantidades exportadas —en abril cayeron un 7%— como por el aumento de las importaciones, que también en abril mostraron un crecimiento interanual del 38%.
Dependencia. Así, la dependencia desarrollada con Brasil quedó expuesta como pocas veces antes durante el mes de mayo, cuando la aplicación de licencias no automáticas por parte de Brasilia detuvo la entrada de autos armados en la Argentina a ese país.
Los datos de Santa Fe son muy claros en ese sentido. Según información de la Secretaría de Comercio Exterior de la provincia, el total de las exportaciones provinciales hacia Brasil sumaron en enero de este año 281 millones de dolares, mientras que en mayo —cuando entraron en vigor las LNA— esa misma cifra cayó a 106 millones, un 63% menos.
La disminución en el volumen exportado se explica por dos rubros principales: autos y autopartes. Así, mientras que en enero se vendieron autos terminados por 92 millones de dólares, en mayo sólo salieron por 50 millones, casi la mitad. En autopartes la caída fue aún más pronunciada, ya que de los 2.615.000 de dólares vendidos en enero se pasó apenas a 357.960 dólares el mes pasado.
El caso de la industria automotor, por otra parte muy deficitaria, demuestra de qué manera al interior de algunas cadenas productivas muy vinculadas al comercio intra Mercosur aparecen fallas y deficiencias cuando el gran mercado comprador detiene su ritmo.
Según un informe reciente de la Asociación de Fábricas Argentinas de Componentes (Afac), por cada auto que se produce en el país se genera un incremento en las importaciones de autopartes que agrava el rojo comercial. Mientras que en 2009 por cada vehículo que salía de una línea de producción se importaban en promedio 11.000 dólares, en 2010 esa cifra trepó a más de 13.200 por vehículo producido.
Se estima que más del 70% de las piezas que contienen los autos de fabricación local contienen productos importados, lo que en resumen significa que a mayor producción automotriz, mayor déficit comercial para el sector, que el año pasado alcanzó los 6.000 millones de dólares.
Para intentar contrarrestar esta tendencia, desde el Ministerio de Industria buscan que las firmas líderes achiquen su déficit con mayores inversiones para sumar fabricación nacional de partes y ensanchar la red de proveedores.
Así ocurrió con Ford, que se comprometió a revertir el déficit de la balanza comercial de 2010, por 250 millones de dólares. A la iniciativa se sumaron también Chery, General Motors, Volkswagen, Mercedes Benz, Porsche, Fiat, PSA Peugeot Citr»en y Alfa Romeo.
Fierros. Si bien la escala es mucho menor, el sector de la maquinaria agrícola —muy presente en el sur de Santa Fe— también arrastra un déficit importante cuya resolución figura en la mira del gobierno. El año pasado, el rojo en ese rubro llegó a los 450 millones de dólares, sobre todo en el segmento de los autopropulsados (cosechadoras y tractores).
Como ocurre en casi todo el mapa industrial, el sector sufrió una fuerte desarticulación durante la década del «90, lo que no le permitió responder al crecimiento de la demanda interna durante la reactivación del país a partir del 2003, situación que resolvió con un aumento sostenido de las importaciones. El análisis fino demuestra la incidencia de las compras en el exterior: el año pasado se vendieron 3.750 sembradoras, de las cuáles 500 fueron importadas; 1.400 cosechadoras (950 importadas); y 6.650 tractores (4.900 importados).
Durante una reciente visita a Rosario, la ministra Giorgi destacó que en el último bimestre ya se realizaron anuncios de inversión por 200 millones de dólares por parte de empresas locales e internacionales para empezar a equilibrar la balanza.
Desde el sector, los máximos referentes de las cámaras empresariales repiten lo que se escucha en todos los foros industriales: cada vez les cuesta más competir y exportar por los costos en dólares que tienen, tanto en insumos como en salarios: «a veces tenemos que vender a pérdida para no dejar caer un mercado, pero nos cuesta cada vez más salir afuera», explicó Manuel Dorrego, directivo de la Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola (Cafma).
Otro rubro con fuerte presencia en el Gran Rosario es el de equipamiento y maquinaria para el sector de la alimentación, con fábricas líderes en refrigeración comercial como Gafa y Arneg.
Según Marcelo Vila Ortiz, analista en comercio exterior, en este caso también la dependencia con Brasil es grande, ya que sobre los 107 millones de dólares que se exportaron el año pasado el 85% fue a parar al comercio con Sudamérica, con un 21% a Brasil, casi el doble de lo que se le vendía en 2007.
Esto significa que las empresas argentinas del rubro no logran diversificar sus exportaciones más allá del vecindario, lo cual acota su margen de acción. El año pasado el balance comercial fue deficitario, con importaciones un 186% más grandes que las importaciones: «por cada dólar exportado se importaron 2,87», puntualizó Vila Ortiz, un número que según explicó podría haber sido mucho mayor de no haberse aplicado LNA. «Si bien este tipo de medidas para proteger la industria local son acertadas, esto deja en claro que el sector está quedando fuera de competitividad y que dichas medidas sólo deben ser utilizadas en plazo acotados», agregó.
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